viernes, 21 de enero de 2011

La gallinita ciega

Anoche soñé un mundo repleto de personas que caminaban con un palo clavado en la cabeza. En la punta, a un palmo y medio de la nariz, les colgaba una zanahoria. Miles de zanahorias balanceándose hacia una boca que no llegaban a rozar, cruzando calles y parques, mirando escaparates que les reflejaban ridículos e iguales. Algunos caminantes de zanahorias se detenían para conversar entre ellos o para hablar a gritos a través de sus móviles naranjas con forma de zanahoria. Los hombres del palo parecían incansables es su esfuerzo titánico e inútil de comerse la zanahoria. Muchos corrían como bobos sin darse cuenta de que la zanahoria corría a su misma velocidad un palmo y medio delante de sus caras. Siempre nos empeñamos en perseguir objetivos que no vamos a conseguir, objetivos inducidos desde la cuna: tienes que ser mejor que yo. La sociedad, el aire que respiramos, el sentido del deber, el de culpabilidad o una sensación de estar vigilados por un invisible que juzga y emite sentencias nos fuerzan a creernos el cuento de que todo se consigue con esfuerzo y que los buenos siempre ganan. Todos corren, nadie pregunta. Es el juego: la gallinita ciega (con zanahoria, claro).

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