lunes, 4 de octubre de 2010

Compás

Los cambios de estación confunden al cuerpo. A los primeros fríos uno responde desempolvando las ropas de abrigo y sacando el edredón de plumas. La primera noche es un lío. Edredón que se quita por exceso de calor, edredón que se pone porque bueno, en realidad, fresco hace un poco. Los que saben de árboles aseguran que a ellos les sucede lo mismo. A la primera ventolera o a los primeros calores se ponen mustios hasta que se acostumbran. Los cambios siempre se digieren mal. Somos animales, y vegetales, de costumbres. Nos quejamos del cubículo en el que vivimos asfixiados, soñamos con el mar, con respirar aire salado y cuando hay mar y sal sentimos miedo a lo desconocido y echamos de menos el cubículo. Es un problema de saber ascender poco a poco, con descansos, habituándose al oxígeno. Así lo hacen los escaladores al ascender, igual que los submarinistas. La pausa es la vida. Aún me ocurre con los viajes. Me cautiva el movimiento pero me siguen poniendo nerviosa porque también me gusta la quietud, la rutina que no tengo. Lo desconocido como aventura y amenaza simultánea. Los valientes, los que se atreven, superan los miedos y vencen hasta que llegan otros nuevos a los que domar. Domar y caminar. Es el camino. Un amigo sostiene que el origen del conocimiento es la paciencia, saber esperar a que el conocimiento se muestre. Yo espero y aprendo a dominar mis temores. Es cuestión de memorizar la secuencia, frío-calor-frío-calor y de encontrar el compás.

1 comentario:

Ion dijo...

Te imagino relatando este texto con voz pausada y un cierto compás, con esa voz tranquila y relajante acompañada del susurro del viento otoñal sobre las hojas de los árboles de la imagen.
Me ha gustado mucho, un beso!