jueves, 28 de octubre de 2010

Anhelos salados

Abro las contraventanas del salón y en lugar de tejas veo mar, las olas y al fondo un velero. Abro los ojos y me digo: ¿Segovia? Y la ciudad responde: Segovia. Alargo la mano más allá del cristal, acaricio el agua y me llevo los dedos a la boca. Salada. Agua y sal. Ya son dos los veleros que juegan a las regatas sobre el tejado del edificio de enfrente. Espero que no se molesten los vecinos. Como es mar y un poco playa me desnudo y espero a que lleguen los otros bañistas. Hay un par de mirones que vigilan, observan mis movimientos. Me muevo a la izquierda como una bailarina y veo sus ojos moverse conmigo. Si regreso a la derecha allá van midiéndome los pasos. No me gusta que me miren. Les grito y al gritarles se convierten en gaviotas. Mi tejado está lleno de gaviotas, peces y veleros. Cierro la contraventana y me meto en la cama. Tengo miedo a dormir y quedarme atrapada en una pesadilla. Construyo un muro que es un dique. Al despertar por la mañana tengo agua en el suelo de la habitación. No pienso en grifos abiertos, solo en las mareas y la luna, en su subir y bajar. Entro en el salón y junto al alféizar descubro a una sirena sumergida que sonríe. La sirena me dice: ¿Puedo abrazarte de manos y piernas? Digo: Sí. Y al abrazarme con mucha fuerza se convirtió en una mujer...

2 comentarios:

Yeamon Kemp dijo...

Ay, la mar. Cuando ese salitre entra por las fosas nasales no va a los pulmones, ni vuelve a salir. Se queda impregnado en lo más profundo del cerebro. O puede que más adentro.

Y ya no hay nada que hace.

Ion dijo...

¡¡¡Esto se te va de las manos!!! xD
No dejes de escribir y aprovecha tus momentos de inspiración, que de veras da gusto leerte.
¡Besos!