sábado, 17 de julio de 2010

Desiertos inundados


Hay desiertos capaces de beberse diluvios y seguir siendo desiertos. Todos arrastramos sequedades excesivas compuestas de años vividos y de décadas no vividas. Cuando uno camina a través de esos Saharas inmensos no distingue los horizontes. Ni el de delante ni el de detrás, sólo una leve reverberación, un vaporeo que es el miedo a la muerte.

Regar un desierto no es un acto voluntario, es más bien un premio, algo que sucede de vez en cuando. A los desiertos interiores se les riega con lágrimas de sal fabricadas de pérdidas y olvidos. Existen lágrimas rojas, amarillas y negras; nadie sabe de colores tanto como para establecer una jerarquía, lo que es bueno y lo que es mejor. Hay mujeres que lloran en azul, otras en verde. Lo importante es llorar y saber para qué y por qué se llora. Hay hombres-desierto disfrazados de hombres felices, siempre tan encorbatados y teatrales. Sonríen grietas por la comisura de los labios y se desmigan al primero de los vientos de otoño.

Hay personas-agua que se reproducen en cada esperanza, en cada sonrisa, en cada dedo que escribe y toca.


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